sábado, 29 de julio de 2017

DIÁLOGO ÉTICO

Si en algo podemos estar de acuerdo es que la política, en sí misma, debe sustanciar su desarrollo en la necesidad de consensuar diversas ideas, opiniones y convicciones para resolver los problemas cotidianos de los ciudadanos, en pro de garantizar el bien común. En otras palabras, es fundamental, para hacer de la política una herramienta efectiva, donde las distintas maneras de entender al mundo encuentren su punto de equilibrio, contar con la capacidad de comunicarse con el otro, de dirimir las diferencias mediante la palabra; de dialogar.

Es precisamente la posibilidad de comunicación y de organización aquello que, a diferencia de los minerales y los vegetales, nos hace animales políticos, tal como lo definía Aristóteles muy acertadamente. Ahora bien, cuando nos referimos al diálogo, debemos mencionar igualmente, un factor transversal que debe estar presente en los que trabajan por el prójimo a través de la política, esto es, la ética de sus actores a la hora de defender posiciones, asumir compromisos, argumentar ideas o debatir con sus adversarios.
La ética en política es equivalente a la ética en cualquier otra ciencia social o natural. Tan peligroso es un medico capaz de mercantilizar su profesión o violar su juramento hipocrático, como un funcionario o gobernante que hace de su oficio un trampolín para enriquecerse en detrimento del erario nacional o del pueblo que depositó su confianza en él. Es la ética la que otorga credibilidad y confianza en aquello que pueda decir o hacer un actor político; cuando existe ética la política es vocación y no obligación.

En ese sentido, al momento de evaluar la situación de alta conflictividad que se vive en Venezuela, donde se hace casi imposible encontrar un espacio de entendimiento, consenso y negociación entre las partes en disputa, resalta sin duda, la credibilidad y la confianza que puede ofrecerse desde un sector hacia el otro, al momento de dialogar para solventar de manera definitiva la crisis que actualmente atravesamos. Es sumamente complejo tender la mano a quien históricamente ha violado los acuerdos y las reglas mínimas del juego democrático, demostrando carecer de esa ética política garante de la sensatez necesaria para sustentar cualquier argumento que se pretenda esgrimir. Digo esto porque existen, a mi parecer, una serie de condiciones sine qua non para asumir un diálogo sincero y productivo que brinde a todos los venezolanos la esperanza de una voluntad compartida por sus líderes y representantes, que  pueda transformar la realidad, encaminando al país hacia su plena estabilidad social, económica y política.

Una de esas condiciones es la necesidad de reconocer al otro; no es posible mantener un diálogo con alguien que subestima, desconoce o irrespeta la figura de su interlocutor, desde el momento en que eso ocurre, estamos en presencia de un asunto estéril.

Otra condición axiomática para establecer un diálogo sensato es la confianza y la credibilidad entre las partes. Estos factores desde mi perspectiva, representan las garantías que desde ambos lados se pueden ofrecer para blindar un proceso de negociación contra retóricas, engaños y falsas promesas; las cuales se encuentran por doquier a la hora de hacer política demagógica. Cuando leemos las sagradas escrituras encontramos en Jeremías 17 que nuestro señor ha dicho “Maldito el hombre que confía en otro hombre; que finca su fuerza en un ser humano, y aparta de mí su corazón” podríamos interpretar que sólo Dios es digno de nuestra confianza y que depositarla en cualquier otro sería un pecado imperdonable, sin embargo, considero muy cuesta arriba entablar una conversación, que pretenda arrojar acuerdos y puntos en común, sin que la confianza entre los participantes esté presente.
El pensador británico John Langshaw Austin, en uno de sus tratados sobre filosofía del lenguaje, titulado ¿Cómo hacer cosas con palabras? establece lo delicado de asumir compromisos cuando se está dialogando; claro está que las palabras deben ser dichas “con seriedad” y tomadas de la misma manera, pero Austin afirma que de ahí hay un solo paso a creer, o dar por sentado, que en muchas circunstancias la expresión externa es una descripción, verdadera o falsa, del acaecimiento del acto interno. Es decir: “mi lengua lo juró, pero no lo juró mi corazón” (o mi mente u otro protagonista oculto) así, “te prometo…”, me obliga: registra mi adopción material de una atadura espiritual.

Contextualizando a la situación actual de Venezuela, donde ha surgido la posibilidad de establecer una mesa para el diálogo entre oposición y gobierno, la atadura espiritual de la que habla Austin, al momento de jurar cumplir con algo, debe ser equivalente con la ética y la mesura de los actores políticos una vez planteados los acuerdos que resulten del diálogo, es decir, honrar los compromisos con acciones y voluntades reales que materialicen la intención de beneficiar al pueblo en general más allá de las posturas políticas, sin retorica ni demagogias.

Sin embargo, a pesar de todo, aun sabiendo lo difícil que es hacer justicia a quien nos ha ofendido como afirmo Bolívar, los nuevos tiempos nos obligan a buscar un punto de equilibrio donde la gobernabilidad no se vea afectada por las disputas políticas, donde el bienestar común sea el principal incentivo para sacrificar los egos pendencieros, donde la condición de patria libre y soberana soslaye cualquier interés que vulnere nuestros principios o nuestra dignidad como pueblo.

Creo posible, necesario y hasta obligatorio el hecho de sentarse y agendar un plan de convivencia política y ciudadana, donde la tolerancia entre hermanos y la gobernabilidad se restablezcan, haciendo de la política un instrumento conciliador que materialice nuestra democracia. Necesario es dialogar; garantizando eso sí, el respeto a la constitución, a las normas, a la autodeterminación y libertad para dirimir nuestras diferencias sin tutelajes injerencistas,  reconociendo y respetando a los que difieren de nuestras visiones, con la ética política necesaria para que las palabras empeñadas estén atadas a los actos que las secunden.


No hay comentarios:

Publicar un comentario